Una excursión a los indios ranqueles (Fragmento)
Yo tengo un miedo cerval a los perros, son mi
pesadilla; por donde hay, no digo perros, un perro, yo no paso por el
oro del mundo si voy solo, no lo puedo remediar, es un heroísmo superior
a mí mismo.
En Rojas, cuando era capitán, tenía la costumbre de cazar. De tarde tomaba mi escopeta y me iba por los alrededores del pueblito. En dirección del bañado, donde los patos abundan más, había un rancho. Inevitablemente debía pasar por allí, si quería ahorrarme un rodeo por lo menos de tres cuartos de legua. Pues bien. Venirme la idea de salir y asaltarme el recuerdo de un mastín que habitaba el susodicho rancho, era todo uno. Desde ese instante formaba la resolución valiente de medírmelas con él. Salía de mi casa y llegaba al sitio crítico, haciendo cálculos estratégicos, meditando la maniobra más conveniente, la actitud más imponente, exactamente como si se tratara de una batalla en la que debiera batirme cuerpo a cuerpo. En cuanto el can diabólico me divisaba, me conocía; estiraba la cola, se apoyaba en las cuatro patas dobladas, quedando en posición de asalto, contraía las quijadas y mostraba dos filas de blancos y agudos dientes. Eso solo bastaba para que yo embolsase mi violín. Avergonzado de mí mismo, pero diciéndome interiormente: "El miedo es natural en el prudente", cambiaba de rumbo, rehuyendo el peligro. Un día me amonesté antes de salir, me proclamé, me palpé a ver si temblaba. Estaba entero, me sentí hombre de empresa, y me dije: pasaré . Salgo, marcho, avanzo y llego al Rubicón. ¡Miserable!, temblé, vacilé, luché, quise hacer de tripas corazón; pero fue en vano. Yo no era hombre, ni soy ahora capaz de batirme con perros. Juro que los detesto, si no son mansos, inofensivos como ovejas, aunque sean falderos, cuzcos o pelados. Mi adversario, no sólo me reconoció, sino que en la cara me conoció que tenía miedo de él. Maquinalmente bajé la escopeta que llevaba al hombro. Sea la sospecha de un tiro, sea lo que fuese, el perro hizo una evolución, tomó distancia y se plantó como diciendo: descarga tu arma y después veremos. ¿Habría hecho el perro lo mismo con cualquier otro caminante? Probablemente no. Era manso, yo lo averigüé después. Pero es que yo no le había caído en gracia, y que conociendo mi debilidad, se divertía conmigo, como yo podía haberlo hecho con un muchacho. No hay que asombrarse de esto. La memoria en los animales, a falta de otras facultades, está sumamente desarrollada. Cualquier caballo, mula, jumento o perro, nos aventaja en conocer el intrincado camino por donde tenemos costumbre de andar. Los pájaros se trasladan todos los años de un país a otro, emigrando a más o menos distancias, según sus necesidades fisiológicas. Ahí están las golondrinas que, después de larga ausencia, vuelven a la guarida de la misma torre, del mismo techo, del mismo tejado, que habitaron el año anterior. Queda de consiguiente fuera de duda que lo que el perro hacía conmigo lo hacía a sabiendas. ¡Pícaro perro! Hubo un momento en que casi lo dominé. ¡Ilusión de un alma pusilánime! Al primer amago de carga eché a correr con escopeta y todo; los ladridos no se hicieron esperar, esto aumentó el pánico, de tal modo, que el animal ya no pensaba en mí y yo seguía desolado por esos campos de Dios. Y sin embargo, si yo hubiera ido en compañía de alguna dama, el muy astuto no me corre. Y ella habría huido. Las mujeres tienen el don especial de hacernos hacer todo género de disparates, inclusive el de hacernos matar. Yo me bato con cualquier perro, aunque sea de presa, por una mujer, aunque sea vieja y fea, si soy su cabaleiro servente . Otro se suicida por una mujer, con pistola, navaja de barba, veneno o arrojándose de una torre. No hay que discutirlo.
Hay héroes porque hay mujeres.
En Rojas, cuando era capitán, tenía la costumbre de cazar. De tarde tomaba mi escopeta y me iba por los alrededores del pueblito. En dirección del bañado, donde los patos abundan más, había un rancho. Inevitablemente debía pasar por allí, si quería ahorrarme un rodeo por lo menos de tres cuartos de legua. Pues bien. Venirme la idea de salir y asaltarme el recuerdo de un mastín que habitaba el susodicho rancho, era todo uno. Desde ese instante formaba la resolución valiente de medírmelas con él. Salía de mi casa y llegaba al sitio crítico, haciendo cálculos estratégicos, meditando la maniobra más conveniente, la actitud más imponente, exactamente como si se tratara de una batalla en la que debiera batirme cuerpo a cuerpo. En cuanto el can diabólico me divisaba, me conocía; estiraba la cola, se apoyaba en las cuatro patas dobladas, quedando en posición de asalto, contraía las quijadas y mostraba dos filas de blancos y agudos dientes. Eso solo bastaba para que yo embolsase mi violín. Avergonzado de mí mismo, pero diciéndome interiormente: "El miedo es natural en el prudente", cambiaba de rumbo, rehuyendo el peligro. Un día me amonesté antes de salir, me proclamé, me palpé a ver si temblaba. Estaba entero, me sentí hombre de empresa, y me dije: pasaré . Salgo, marcho, avanzo y llego al Rubicón. ¡Miserable!, temblé, vacilé, luché, quise hacer de tripas corazón; pero fue en vano. Yo no era hombre, ni soy ahora capaz de batirme con perros. Juro que los detesto, si no son mansos, inofensivos como ovejas, aunque sean falderos, cuzcos o pelados. Mi adversario, no sólo me reconoció, sino que en la cara me conoció que tenía miedo de él. Maquinalmente bajé la escopeta que llevaba al hombro. Sea la sospecha de un tiro, sea lo que fuese, el perro hizo una evolución, tomó distancia y se plantó como diciendo: descarga tu arma y después veremos. ¿Habría hecho el perro lo mismo con cualquier otro caminante? Probablemente no. Era manso, yo lo averigüé después. Pero es que yo no le había caído en gracia, y que conociendo mi debilidad, se divertía conmigo, como yo podía haberlo hecho con un muchacho. No hay que asombrarse de esto. La memoria en los animales, a falta de otras facultades, está sumamente desarrollada. Cualquier caballo, mula, jumento o perro, nos aventaja en conocer el intrincado camino por donde tenemos costumbre de andar. Los pájaros se trasladan todos los años de un país a otro, emigrando a más o menos distancias, según sus necesidades fisiológicas. Ahí están las golondrinas que, después de larga ausencia, vuelven a la guarida de la misma torre, del mismo techo, del mismo tejado, que habitaron el año anterior. Queda de consiguiente fuera de duda que lo que el perro hacía conmigo lo hacía a sabiendas. ¡Pícaro perro! Hubo un momento en que casi lo dominé. ¡Ilusión de un alma pusilánime! Al primer amago de carga eché a correr con escopeta y todo; los ladridos no se hicieron esperar, esto aumentó el pánico, de tal modo, que el animal ya no pensaba en mí y yo seguía desolado por esos campos de Dios. Y sin embargo, si yo hubiera ido en compañía de alguna dama, el muy astuto no me corre. Y ella habría huido. Las mujeres tienen el don especial de hacernos hacer todo género de disparates, inclusive el de hacernos matar. Yo me bato con cualquier perro, aunque sea de presa, por una mujer, aunque sea vieja y fea, si soy su cabaleiro servente . Otro se suicida por una mujer, con pistola, navaja de barba, veneno o arrojándose de una torre. No hay que discutirlo.
Hay héroes porque hay mujeres.
Lucio Victorio Mansilla Nació en Buenos Aires en 1831 y falleció en París en 1913. Fue un general de división del Ejército Argentino, así como periodista, escritor, político, diplomático, y autor del reconocido libro Una excursión a los indios ranqueles, fruto de una recorrida que emprendió en 1867 por los toldos de los publos originarios de América. En otra etapa de su vida introdujo una forma nueva de literatura, que
se caracterizó por el relato coloquial, publicando en el diario "Sud
América" relatos breves, anécdotas, conversaciones o diálogos que
guardaba en su memoria, en su mayoría autobiográficos conocidos como las
"causeries" (charlas) de los jueves".Otra de sus obras "Retratos y recuerdos" refleja la descripción de 17
personajes históricos de su época que conoció personalmente la mayoría
de ellos durante su exilio en Paraná. También intentó reflejar una
crítica de la época de su tío Juan Manuel de Rosas en un estudio de
tinte histórico-psicológico, que provocó algunas críticas desfavorables
por su inexperiencia en ese tipo de ensayos.
En su primera obra, "De Adén a Suez", narra las peripecias de su
primer viaje a tierras totalmente extrañas, como el lejanno oriente. En su última obra, "Memorias", solo llegó a reflejar su infancia y
juventud, y recordaba con nostalgia esa época en que la semi-colonial
Buenos Aires quería dejar de ser "gran aldea", describiendo en forma
detallada sus características.
Leído por Javier Cófreces en el Primer Festival de Poesía en la escuela:
No hay comentarios:
Publicar un comentario